lunes, 11 de mayo de 2015

Odio los lunes y el box.


Además de los lunes, también odio el box; bueno… no realmente pero la sección se llama “Odio los lunes y…”, no “Soy indiferente a los lunes y…” ¿Qué se le va a hacer? Aunque no soy fanático de ningún deporte en particular (a menos que comer pizza y/o jugar videojuegos pueda considerarse un deporte) entiendo o pretendo entender el concepto detrás de ellos: eventos en que se pone a prueba dos o más bandos de participantes, de  manera individual o grupal, usando normas fijas en una competición que usualmente tiene como objetivo probar de manera física la superioridad de un bando sobre el otro; esto del lado del deportista, para el espectador la definición es mucho más sencilla: una excusa para beber y/o juntarse con los amigos, no necesariamente en ese orden.
La mayoría de la gente por alguna u otra razón tienen un deporte favorito (usualmente el futbol) pero el box es probablemente el único que podría considerarse que apela a cualquier tipo de espectador porque, y seamos completamente francos aquí ¿A quién no le divierte ver a dos personas moliéndose a golpes en un entorno controlado donde, si todo sale bien, no hay fatalidades? El concepto es relativamente simple: dos oponentes entran al ring y solo el vencedor sale… seguido del perdedor, pero solo el vencedor es quien se lleva a casa un cinturón chistoso y poco práctico.
Lo que me resulta más curioso de este deporte es como puede equilibrar de manera casi perfecta la noción de entretenimiento en una “sociedad civilizada”. Por un lado se establecen reglas y parámetros que dan forma al deporte, lo cual es de esperarse en una “civilización”, pero al mismo tiempo esto no cambia el hecho de que es la evolución de una práctica que, si le entendí parcialmente al principio de 2001: Una Odisea en el Espacio (y soy el primero en aceptar que muy probablemente no le entendí nada) se ha presentado en la conducta humana desde el principio de los tiempos: moler a golpes a una facción rival. Lo interesante es como el entorno hace la diferencia completamente. Dos sujetos agarrándose a golpes en un espacio confinado, con muchos espectadores, reflectores, cobertura de prensa y una tonelada de publicidad: eso es un deporte “de hombres”, una práctica digna de caballeros, pero si quitamos de todos elementos con excepción de los weyes agarrándose a moquetes, de pronto la práctica se vuelve una barbarie, un acto salvaje que denigra al ser humano… eso o el inicio de “Project Mayhem”, pero no puedo hablar de ello, la primera regla y todo eso (a quien le entendió a ese chiste sin fijarse en la imagen de la derecha, mis respetos).
Como en cualquier deporte, la línea entre competición y simple espectáculo es borrosa (si es que tal línea existe), pero en ninguna de estas dos facetas el box me llama la atención. No me malentiendan, no es que menosprecie al boxeador como deportista ni mucho menos, en lo que a mí respecta se gana por completo mi respeto al someterse a una clase de castigo físico que yo nunca podría soportar, simplemente no le encuentro mucho chiste a este particular deporte, aun cuando es algo que ni en mis mas alocados sueños yo podría hacer; por el lado del espectáculo, tal vez sea porque soy demasiado infantil pero si los participantes aprenden a lanzar bolas de fuego de las manos o algo así, entonces SI sería un espectáculo entretenido para mí. A final de cuentas solo hay dos boxeadores cuya carrera realmente me ha importado en algún momento: Rocky y Little Mac. A riesgo de que mi actitud sea completamente desaprobada por Sylvester Stallone (porque estoy casi seguro de que él es un gran seguidor de este blog), tengo que decir que, para bien o para mal, no me importa un carajo el box, aun cuando, si mi estimación es correcta, estemos en el siglo 619, 234 (con eso de que casi siempre todas las peleas de box son "la pelea del siglo...")

Y por eso odio el box. Y también los lunes.

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