Además de
los lunes también odio a los vampiros. Es fácil tener simpatía por un monstruo
chupa sangre que es el predador natural del ser humano… o al menos esa era la
idea cuando yo era joven. La figura macabra del vampiro a cambiado tanto desde
sus inicios folclóricos hasta el día de hoy que es prácticamente irreconocible
y eso es lo que odio realmente.
De no ser
por los zombis, el vampiro sería la figura de “terror moderno” más utilizada en
la cultura popular. Para muchos al escuchar la palabra “Vampiro”, lo primero
que nos viene a la mente es al probablemente más famoso representante de este
ser mítico: Drácula, la versión de Bram Stoker publicada originalmente en 1897.
Esta novela es la que forja, al menos para mí, lo que es la figura vampírica en
el consiente popular por más de un siglo en adelante desde su publicación y lo
logra con un gran truco, a mi parecer: Mesclando mito, folclor e historia. A
estas alturas el origen de esta versión de Drácula es conocida por todo el
mundo, juntando los mitología europea con la figura histórica de Vlad Tepes, príncipe
de lo que hoy es Rumania alrededor de
1456 y 1462 si es que Wikipedia no me miente ¿Y porque habría de hacerlo? Es curioso como no es más frecuente ver este
tipo de fusión entre historia y fantasía más seguido, indudablemente por
mantener integridad histórica, pero aun así me resulta divertido imaginar, por
ejemplo, que Jesucristo no fue solo el primer cazavampiros de la historia, sino
que también el mejor de todos, no por nada a los vampiros les da miedo su
imagen, pero como siempre, estoy divagando.
¿Qué tan
popular era la interpretación de Bram Stoker sobre el vampiro? Pues no están ustedes
para saberlo ni yo para contarlo pero la primera versión cinematográfica del
personaje es, técnicamente, una versión pirata de Drácula: Nosferatu es una película alemana de 1922 basada en Drácula… excepto
que los personajes no tienen los mismos nombres que en la novela porque el
director, Friedrich Wilhelm Murnau, no pudo adquirir los derechos. ¿Lo ven? La piratería
y el plagio no son tan novedosos como uno podría pensar.
Se
preguntaran que tiene que ver todo esto con mi odio por los vampiros, no mucho
realmente, solo necesitaba un choro mareador para rellenar la esta entrada
porque a fin de cuentas mi odio por los vampiros en la actualidad es muy simple
de explicar: Antes los vampiros daban miedo, hoy en día solo causan risa y no
de la buena. Sabes que algo ha salido tremendamente mal cuando el Conde Contar
de Plaza Sesamo es una versión más fiel a la idea original del vampiro que
cualquier cosa que Stephenie Meyer podría regurgitar.
Lo siento
mucho, pero para mí un vampiro debería ser casi casi la personificación misma
del mal, un ser siniestro y misterioso que ve a la humanidad de la misma manera
en que la humanidad ve al ganado. Lo que no acepto y nunca aceptare es que los
vampiros son unos mocosos emos que brillan bajo la luz del sol y cuyo uno propósito
es acosar a una muchacha, no de manera aterradora sino “romantica” o lo que
algunas personas consideran que es romántico hoy en día. Claro, cuando un
muchachito pendejo y medio carita se pone a stalkear a una mujer eso es romántico
pero si yo lo hago es “raro, perturbador y enfermizo”, o por lo menos eso fue
lo que dijo el policía aquella vez…
Sería fácil decir
que Twiligth es el culpable de este
cambio de percepción y no nos engañemos, lo es, pero el problema es que esta interpretación
del vampiro es cada vez más común y poco a poco se ha vuelto la idea más
representativa dentro de la cultura popular actual. Antes lo más aterrador era
imaginar a Drácula, El Hombre Lobo, El Monstro de Frankenstein (que no se llama
Frankenstein, ese es el nombre de su creador) y en menor medida al Monstro de
la Laguna Negra acechando a la humanidad desde las tinieblas. Hoy en día una
historia que incluya a todos esos personajes probablemente los pintaría como muchachos
metrosexuales que no podrían asustar ni a un niño de cinco años.
Lo peor del
caso es que el cambio es, hasta cierto punto, comprensible. Antes los monstruos
clásicos eran una personificación de miedos universales básicos, miedo a lo desconocido,
a lo diferente, al instinto animal y, el caso especifico de los vampiros, a la
misma sexualidad del ser humano. Supongo que en un mundo donde el terrorismo,
la discriminación, la hambruna y la violencia son cosas de todos los días, aquello
que solía ocultarse en la oscuridad no resulta tan aterrador después de todo,
sobre todo para una generación que ve estas cosas de manera diaria. Y como casi
siempre esto puede ser una cuestión de perspectiva, después de todo yo extraño
aquellos días en que mi miedo más grande era pensar que había algo malvado
debajo de mi cama, mientras que ahora lo más aterrador es llegar a fin de mes y
no tener para pagar la renta.
Y por eso
odio a los vampiros. Y también los lunes.
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