lunes, 12 de enero de 2015

Odio los lunes y las campañas políticas


Además de los lunes también odio las campañas políticas. Sé que es una manera un poco extraña  de decirlo ¿Por qué específicamente odiar la campaña y no a toda la política en general? Sencillo, porque decir “odio la política” me parece demasiado obvio, como decir “odio golpearme el dedo chiquito del pie en la pata de la mesa”, ¡duh! nadie en su sano juicio podría disfrutar algo así; además, siempre he dicho que mi conocimiento sobre política es tan vasto como mi conocimiento en física cuántica, pero incluso con mi muy obtusa forma de pensar existen cosas que resultan simplemente obscenas, se tenga la postura que se tenga en cuanto a política, y una de esas cosas que resultan imposibles de defender es la manera en que se desarrollan las campañas políticas.
El derroche de recursos en campañas no es absolutamente nada nuevo y es tan obvio que es imposible ignorarlo por más que se intente. Un ejemplo es lo que está ocurriendo en Guadalajara (digo, bien podría ser en otros lados también pero como yo solo estoy en Guadalajara, solo de la situación ahí es de la que puedo hablar): en cada semáforo de la ciudad ya es posible ver a los partidarios de los próximos contendientes electorales de cada partido… más o menos. ¿Por qué más o menos? Porque toda la publicidad que he visto hasta el momento no es para apoyar a un candidato sino a los PREcandidatos.
La propia noción de tener pre-candidatos me es absurda en muchos niveles. De nuevo, teniendo un conocimiento casi nulo sobre política, esto de tener pre-candidatos solo me dice que todo partido político que tiene pre-candidatos los tiene porque la estructura del partido es un desmadre, incapaz de tomar decisiones en común que, según yo, debería ser algo sencillo si todos sus integrantes se encuentran bajo la bandera de un mismo partido pero aparentemente ese no es el caso y lo que cada quien busca es llevar más agua a su molino en lugar de verdaderamente buscar un bien común. Otro punto importante ¿A los mismos militantes (fuera de los propios pre-candidatos) verdaderamente les importa un carajo quien resulte el candidato oficial al final de tanto circo? Digo, si es que muchos hacen berrinche porque su gallo no resulto el candidato elegido, no creo que los lleve a cambiar de partido o algo así, y si lo hace eso solo demuestra lo profundo de su “compromiso” con su partido. Tal vez solo sea idea mía, pero pienso que sería mucho más útil mostrar unidad bajo un mismo estandarte en lugar de dividir recursos en monos que a final de cuentas van a vestir la misma camiseta.
Luego tenemos a los candidatos, sus rostros, nombres y el partido que quiere postularlos inundando todos los medios con el único propósito de darse a conocer ¿Lógico? Tal vez, pero hago enfático el hecho de que lo único que se conoce de ellos SU NOMBRE, SU ROSTRO Y SU PARTIDO. ¿Qué tiene de malo? Bueno, quizá esos tres datos sean suficientes para que alguien pueda decidir por el mejor candidato, pero no para mí. Todos los candidatos se nos venden como la mejor opción, la nueva esperanza de la política mexicana, pero el punto clave es que solo nos dicen que lo son pero no nos dicen porque. De tanto pinche monigote no conozco ni una sola propuesta o postura que pretendan implementar, peor aún, en muchos casos ni sé cuál es el puto puesto al que están aspirando, lo cual puede que solo refleje mi indiferencia y/o estupidez en cuanto a política, pero ese es exactamente el punto, debería de ser el candidato el que llame mi atención con sus propuestas e ideología, no porque “me caiga bien” o porque “se ve bien en la tele” (y aunque ya lo dije antes, tengo que repetirlo de nuevo: ¡Vayan a chingar a su re-putisima madre todos aquellos que basan su voto en que el candidato “se ve bien guapo en la tele”! Si la pendejes fuera un crimen, ustedes serían los criminales más grandes del país).
Supongo que eso de dar propuestas es demasiado complicado, así que la segunda mejor opción es la llamada “guerra sucia” (contraria a todo lo demás que se relaciona con la palabra “guerra”, que como sabemos es sinónimo de elegancia y civilidad), donde el político no tiene que convencerme de que es el mejor, solo tiene que esforzarse para que sus contrincantes se vean peor que él. Es como si yo dijera “Soy un completo imbécil, pero por lo menos no soy tan imbécil como el wey de enfrente”. Esto al final me deja en una incómoda situación: a la hora de votar tengo que hacerlo, no por la mejor opción, sino por la que sea la menos peor, que aunque lo parezca no es la misma cosa. Todo esto solo me causa repulsión por la política mexicana, y eso que no sé prácticamente nada sobre ella pero algo me dice que si la conociera mejor lo único que me provocaría sería una depresión que me haría contemplar el suicidio como una idea atractiva, eso o huir tan rápido del país que no me verían ni el polvo. A l final todo se reduce a un simple concurso de popularidad, donde los ideales y las propuestas no son artículos de primera necesidad y es más importante que el candidato sea famoso a que sea el adecuado… o inteligente… o preparado… o que tenga la más mínima idea de lo que está haciendo.
Y por eso odio las campañas políticas. Y también los lunes.

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